Por la ministra de Industria, Débora Giorgi
Es común la anécdota del argentino perdido en algún remoto lugar del planeta que, cuando se presenta, es saludado por los locales con la frase “¿Argentina? ¡Maradona!” (o Messi, o Ginóbili, o cualquier otro destacado deportista, según la época, o por el tango, o por nuestras exquisitas carnes vacunas).
Cada vez más, sin embargo, la Argentina suma otro tipo de reconocimiento. Cada vez es más común que el viajero argentino encuentre, en el extranjero, productos industriales con sello argentino.
Esta presencia mundial no es casualidad: desde 2003 a la fecha las exportaciones aumentaron un 184%; y la participación de las manufacturas de origen industrial llega hoy al 34%, cerca de 29 mil millones de dólares.
Por algo, entonces, somos el primer productor mundial de caramelos y aceite esencial de limón, pero también el primer productor en Latinoamérica de satélites (de los cuales hay sólo seis países fabricantes en el mundo) y de radares (sólo diez); por algo, somos el tercer productor en Latinoamérica de automóviles (20° a nivel mundial), o el primer exportador en Latinoamérica de software. Por algo, finalmente, somos el segundo exportador mundial de tubos de petróleo, el segundo exportador en Latinoamérica de ascensores y equipos hospitalarios y el segundo exportador en latinoamericano de cajas de cambio (novenos en el mundo).Esa expresión, quizás poco elegante, “por algo”, hace referencia tanto a la proverbial iniciativa y creatividad argentinas como al hecho de que la industria nacional, que hoy está consolidada, diversificada y compitiendo en el mundo, no se reconstruyó de la nada. Menos, luego de décadas en las cuales a la frase “industria argentina” se la intentó asociar con lo feo, lo sucio, lo malo.Si la industria lleva creciendo un 7,5% promedio anual desde 2003 no es casualidad. Si hay 190 mil nuevas empresas industriales y 1,5 millón de empleos industriales adicionales tampoco es casualidad. Es el resultado de una convicción y seguramente no una y de una decisión.
La convicción que tuvo el entonces presidente Néstor Kirchner, y que hoy siente, profundamente, nuestra presidenta Cristina Fernández de Kirchner, de que sólo siendo industrial Argentina será verdaderamente democrática. Porque la industria es empleo de calidad, es innovación, es generación de riqueza; es movilidad social.
Es, también, el resultado de la decisión política de hacer de la industria un eje del desarrollo nacional. Eso implica unir a las fuerzas de los industriales y trabajadores la participación de un Estado presente, moderno y ágil. Un Estado que defiende el trabajo y el salario de los trabajadores, generando una fuerte demanda interna.
Que defiende el mercado y las empresas de la competencia desleal del extranjero, y promueve que nuestras empresas ganen calidad, competitividad y mercados.
Lo que a menudo se olvida es que la promoción de la industria tiene, para nuestro gobierno, dos caras que no pueden separarse: promover y proteger a la industria, sí, pollo que ella significa en términos de empleo, de salario, de movilidad social, de redistribución del ingreso, de democratización. Pero no cualquier industria, y seguramente no una industria prebendaría, oligopólica, rudimentaria.
La industria que queremos, que hoy en parte tenemos y que debemos hacer crecer y mejorar cada día y cada vez más es una industria competitiva, innovadora y federal.
La industria que queremos debe ser competitiva, porque sólo será sustentable en el largo plazo si puede generar un “modelo de negocio” que le permita vender con ventaja sus productos, tanto en el mercado interno como en el exterior. La competitividad no se logra ajustando variables nominales o explotando a los trabajadores, o transformándolos en desocupados. Por el contrario, se logra combinando el esfuerzo de los privados con el compromiso del Estado, que ha hecho que tengamos la mayor participación de la inversión sobre el producto bruto de la historia (24%).
La industria que queremos debe ser innovadora, porque el entorno mundial de largo plazo que se está consolidando -más allá de la crisis – muestra que sólo la innovación, la tecnología, el desarrollo y el diseño serán los factores críticos para una industria competitiva.
Durante mucho tiempo nos vimos como “el granero del mundo”.
Hoy somos -y debemos ser cada vez más profundamenteel “supermercado del mundo”: productores no sólo de bienes de alta calidad de las cadenas agroindustriales, sino también de bienes de alta tecnología e innovación, en todas las cadenas. Ya nos destacamos en software, biotecnología, energías renovables; debemos profundizar el desarrollo de esas industrias, como estamos haciendo con políticas de Estado como la ley de desarrollo del software y el Plan Nacional de Diseño, del Ministerio de Industria. La industria que queremos debe ser, finalmente, federal. Utilizar al máximo las ventajas de localización que ofrecen los diferentes lugares de la Argentina. Por ello, estamos trabajando con políticas de Estado como son la promoción de parques industriales (ya hay más de 300, frente a los 80 que había en 2003); los programas de asociativismo orientados a pymes y la promoción de los emprendedores, sobre todo entre los jóvenes (más de 10 mil jóvenes fortalecidos en sus capacidades emprendedoras desde 2009, con 300 cursos en todo el país; más de 2700 jóvenes beneficiados con préstamos de honor a tasa cero para financiar sus proyectos productivos).
Políticas que fomentan el arraigo local, el uso de los recursos y ven tajas comparativas del territorio, y la federalización de la industria.
Hoy, 2 de septiembre, se celebra el Día de la Industria. Desde 2003 y cada vez más marcadamente, el 2 de septiembre es, también, el Día del Orgullo Nacional. Orgullo por la industria que supimos (re)construir.
Porque cada vez es más común que algún argentino, perdido en cualquier rincón del planeta, sea saludado con un entusiasta: “¿Argentino? ¡Industria Argentina!”
Buenos Aires, 2 de septiembre de 2012
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